Naturaleza polaca

Por: Juan Nicolás Guerrero

Es peculiar observar cómo aun cuando los constantes bombardeos de cemento y los ladrillos o escombros han engullido tierra, pasto y plantas consiguen erigirse por las grietas del suelo, por las separaciones entre ladrillos; convirtiéndose en el maravilloso y escaso verde de un mundo consumido casi en su totalidad por un color gris inexpresivo. Un mundo de ásperos suelos desgastados que, si no fuera por estos exiguos seres faunísticos, transmitiría al observador una sensación de melancolía y óbito.

Y esta imagen sigue sin mejorar, porque el simple hecho de ser muy pocos nos indica que tal vez, hace varios años, sus números estaban compuestos por centenares o millares de seres verdes que reposaban tranquilamente sobre la tierra. Que aun cuando se veían afectados por el tiempo, las pisadas del hombre o por la vil sequía, no desistían y se mantenían en pie como el más fuerte de los robles.

Pero de un día para otro esto dejó de ser así y de todos estos seres solo algunos sobrevivieron a la imprevista avalancha de mortíferas bombas. Bombas de piedra caliza, mineral de hierro y arcilla que destruyeron esta utopía vegetal. Bombas que asesinaron a miles de desprotegidos habitantes constituidos de celulosa, de entre los cuales destacaba una hermosa rosa, que, en su corta vida, había conseguido desarrollar los pétalos más fúlgidos y rojos de toda la comarca, pero que ahora yacía, como sus demás hermanos, aplastada por una exorbitante cantidad de escombros.

Pero lo que más me aflige y apena mi alma es que estos últimos sobrevivientes, estas últimas plantas, no son otra cosa que los habitantes de Varsovia después del 1 de septiembre de 1939. Son la muestra de que la historia es un ciclo infinito que se encuentra en todos los mundos, en todas las realidades, de que el conflicto y el homicidio no son otra cosa que una ambigua abstracción de lo mismo, que tiene como protagonistas a unos seres atípicos en su aspecto físico, pero no en sus acciones.